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La segunda mitad del siglo XIX configuró el mundo actual. Dos países se mantuvieron como las principales potencias mundiales: Francia e Inglaterra, pero comenzaban a aparecer otras potencias en el centro y el este de Europa que comenzarían a disputar ese liderazgo (Alemania, Rusia y Austria-Hungria). Además, fuera de Europa, dos países amenazaban la hegemonía europea EEUU y Japón.
En el último tercio del siglo XIX, una serie de innovaciones tecnológicas impulsaron una segunda fase de la industrialización, que conocemos como Segunda Revolución Industrial. El avance tecnológico fue el resultado de una estrecha relación entre la investigación científica y su rápida aplicación práctica en la industria. La mayor parte de las potencias mencionadas anteriormente aprovecharon los avances de la II Revolución industrial para desarrollarse de tal forma, que serían inalcanzables por el resto de naciones.
El término imperialismo implica la extensión del dominio de un país sobre otros. El país que conquista es la metrópoli y los territorios conquistados son las colonias. No era un fenómeno nuevo, pero en el siglo XIX adquirió una dimensión diferente. Ya en la Antigüedad hubo grandes imperios. En la Edad Moderna, varios países europeos (España, Portugal, el Reino Unido…) fueron potencias coloniales. Sin embargo, hacia 1870 surgió una nueva forma de imperialismo. Los primeros protagonistas fueron el Reino Unido y Francia. Después, se sumaron otros países como Alemania, Italia, Bélgica, Rusia, Estados Unidos y Japón. Por el contrario, España perdió sus colonias en América y en el Pacífico.
Las potencias imperialistas conquistaron o se anexionaron la mayor parte del mundo. Mientras en 1800 el 35 % de las tierras del planeta dependían de Europa y Estados Unidos, en 1914 este porcentaje era de un 84 %. Se podía decir que Europa era la dueña del mundo.