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Los cambios y avances que se habían producido desde que la agricultura y la ganadería se inventaron, hacía ya más de 10.000 años, habían sido menores en comparación con lo que estaba a punto de suceder en Inglaterra a finales del siglo XVIII. Ni el Antiguo Egipto, ni la Grecia Antigua, tampoco el Imperio romano, ni los grandes reinos e imperios asiáticos o precolombinos fueron capaces de llevar a cabo un cambio tan profundo como el que se iba a producirse en Europa a finales del siglo XVIII y principios del XIX.
Durante los siglos XVI y XVII una serie de científicos comenzaron a allanar el camino para lo que estaba por llegar, se comenzaron a poner en duda las tesis de los antiguos y el empirismo y el método científico comenzaron a asentarse. Ya no era suficiente con que la Iglesia o antiguos filósofos dijeran como era el mundo, había que demostrarlo científicamente.
El aumento demográfico del siglo XVIII obligó a la agricultura y a las manufacturas a aumentar su producción, diversas leyes en Inglaterra arrastraron, de manera involuntaria, a parte de la población a las ciudades, en torno a las cuales comenzaron a aparecer fábricas textiles. Toda esta producción necesitaba ser transportada y comenzaron a desarrollarse nuevos métodos de transporte, al mismo tiempo estas fábricas necesitaban grandes cantidades de dinero para ser construidas y el dinero comenzó a moverse de unas manos a otras muy rápidamente, estaba apareciendo el capitalismo.
El éxito de la industrialización inglesa fue copiado en el continente europeo y rápidamente se extendió por Bélgica, Francia y los estados alemanes.
La industrialización ya no podía pararse y sus consecuencias serían imprevisibles para los habitantes de la Europa de finales del siglo XVIII y principios del XIX. La humanidad nuca volvería a ser la misma.